LA DIGESTIÓN, LA ASIMILACIÓN Y LA EVACUACIÓN
Resumen de las enseñanzas de la Dra. Catherine Kousmine
Elaborado por Miguel Leopoldo Alvarado Saldaña N. D.
Director de Kousmine Institute LLC.
Seattle Washington
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LA DIGESTIÓN
El mantenimiento de nuestro cuerpo y por lo tanto de nuestra salud, depende no solo de lo que ingerimos, sino de una manera más precisa, de la manera en que nuestro tracto digestivo puede sacar provecho de lo que comemos. Entre nuestro cuerpo y el contenido de nuestro tubo digestivo, tal como sucede entre una planta y el suelo que la alimenta, existe una misma relación fundamental.
El hombre puede adaptarse a raciones alimenticias cuantitativa y cualitativamente muy distintas según las circunstancias. Por ejemplo, en el curso de su célebre expedición en el Polo Norte, en 1894, Nansen y su compañero sobrevivieron varios meses alimentándose solo de carne y grasa de osos polares y focas, siendo este un claro ejemplo de adaptación temporal a un régimen exclusivamente cárnico, al cual no se encontraban habituados. En el caso de un vegetariano convencido, que elimina por completo la carne de su alimentación, alcanza a tolerar cantidades mayores de legumbres, que las que tolera un hombre acostumbrado a un régimen mixto. Siendo la digestibilidad de los alimentos, la primera condición para su buena utilización por el organismo, no depende solo de su naturaleza, sino también de la habituación del tubo digestivo.
En un mismo país, en sus distintas provincias, los hábitos alimenticios son muy diferentes; los platillos regionales a las cuales no se está acostumbrado, pueden provocar indigestión y rechazo por falta de adaptación: un alioli de Marsella, un potaje flamenco a la cerveza, o el pescado seco de los pescadores del norte, no son tolerados por todas las personas. Para que los alimentos resulten beneficiosos, deben poder ser digeridos y asimilados de la mejor manera posible. Se denomina digestión a la solubilización de los alimentos, vinculada en general con una escisión y una descomposición de las moléculas que lo constituyen. De este modo, el almidón es hidrolizado y convertido en azúcar, las proteínas son degradadas a aminoácidos, y las grasas neutras, son transformadas una parte en glicerol y otra en ácidos grasos. Después de este primer proceso digestivo, es preciso que las moléculas simplificadas, puedan atravesar la pared del tuvo digestivo. Tanto en la digestión, como en la asimilación, intervienen numerosas enzimas, también denominadas fermentos o diastasas, moléculas de naturaleza proteica, que ejercen una función catalizadora, y aceleradora de las reacciones químicas en general.
Para que un alimento pueda sufrir con facilidad la acción de los jugos y de sus enzimas digestivas, tiene que ser primeramente fragmentado y triturado por la masticación en la boca. En su transcurso queda impregnado de saliva, lo que facilita su digestión, al tiempo que es sometido a la acción de la enzima ptialina, que actúa sobre el almidón y lo convierte en moléculas más pequeñas (dextrinas). Además por vía refleja, la masticación desencadena la secreción de jugos digestivos en el aparato digestivo. El estomago secreta pepsina, bajo la acción de la cual las proteínas de los alimentos se descomponen en complejos biomoleculares más simples denominados peptonas; las peptonas son disociadas en el intestino en sus partículas elementales, los aminoácidos, los cuales son absorbidos y transportados por la sangre, a partir de los cuales son reconstituidas las proteínas humanas.
El intestino y el páncreas secretan fermentos digestivos (enzimas) que actúan sobre el almidón, las proteínas y las grasas, denominados amilasa, tripsina, lipasa, etcétera, descomponiéndolos en sus elementos más simples. Por último, la bilis, secretada por el hígado en el tubo digestivo, tiene como función emulsionar las grasas y aumentar, duplicándola, la eficacia de las enzimas pancreáticas (amilasa y tripsina). La masa liquida de los jugos digestivos llega a un volumen cotidiano de unos seis litros, o sea, unos dos litros por comida: la de la bilis es de alrededor de un litro por día. Cuando las moléculas de los alimentos han sido disueltas y sus estructuras simplificadas, pueden entonces atravesar la pared intestinal y quedar a disposición de nuestro organismo para nutrirlo, o dicho de otra forma, para proporcionarle la energía que le es indispensable, y la materia prima para su crecimiento, desarrollo y reparación.
Para que todo este proceso de nutrición se desarrolle en forma correcta, es preciso entonces, que en el momento en que comemos, los órganos digestivos secreten enzimas en cantidad suficiente. Ciertas alteraciones de la salud que se deben a una insuficiencia enzimática pueden mejorar con el aporte de fermentos digestivos extraídos de plantas (como papaya, piña, etcétera) o órganos animales (del jugo pancreático). Pero para que el proceso de digestión y nutrición resulte completo y eficaz, es además deseable que exista armonía entre la velocidad de la digestión y la de transporte de los alimentos a través del tracto digestivo. El estomago desempeña el papel de reservorio, bate los alimentos para someterlos a la acción del jugo gástrico, y luego los evacúan gradualmente hacia el intestino delgado. En este, el bolo alimenticio es impulsado en un movimiento pendular de vaivén, que favorece el contacto con los jugos digestivos destinados a transformarlo y con las paredes que deben absorberlo. Estas últimas se encuentran recubiertas de válvulas y de vellosidades, que aumentan en considerable medida la superficie de absorción.
Cuando los alimentos han atravesado el intestino delgado, cuya longitud es de unos 7 metros y cuya superficie desarrollada, en general, se calcula en unos 43 metros cuadrados (Policard), los desechos no asimilados penetran en el intestino grueso en forma líquida. Si el transporte a través del intestino delgado es demasiado rápido, la digestión y la asimilación no tienen tiempo de terminar. Las sustancias no asimiladas penetran en el intestino grueso y se constituyen en sustrato de las bacterias que lo pueblan. Mientras estas se nutren de desechos alimenticios todo va bien. Por el contrario, si a causa de una aceleración del tránsito, una lenificación anormal del proceso de digestión, una ingesta excesiva de alimentos, o una masticación defectuosa, los microorganismos se alimentan en exceso, proliferan indiscriminadamente, se tornan agresivos, ascienden hacia el intestino delgado y dan lugar a fermentaciones anormales, inflamaciones y diarreas.
Las deposiciones Primero en el estomago y después en el intestino delgado, los alimentos son digeridos (degradados y fraccionados a sus componentes más elementales) y luego absorbidos. Las sustancias que penetran en el intestino grueso, el cual mide alrededor de 1.65 metros, son todavía liquidas. La parte derecha, denominada colon ascendente, contiene restos de alimentos utilizables y celulosa. Los primeros todavía pueden ser absorbidos. En cuando a la celulosa, bajo la acción de las bacterias se degrada en forma parcial en glucosa absorbible. Los microorganismos componentes de la flora bacteriana, abundan en el intestino grueso y sintetizan allí diversas vitaminas útiles para el cuerpo (complejo vitamínico B y vitamina K), y al mismo tiempo desplazan otros microorganismos que pueden resultar perjudiciales. Al recorrer el colon transverso y luego el colon descendente (a la izquierda del abdomen), se recuperan el agua y una parte de la bilis.
Los residuos se concentran en el colon sigmoideo, asa del intestino grueso, que se encuentra por encima del recto y que sirve de reservorio para las deposiciones, las cuales serán evacuadas luego al interior. El mecanismo de concentración de las materias fecales es de una asombrosa precisión. Siendo necesario que el 86 por ciento del agua sea absorbida para que la materia fecal tenga una consistencia normal. Si se absorbe el 88 por ciento del agua, se vuelve demasiado dura, con una absorción del 82 por ciento es demasiado fluida (Kousmine). La materia fecal normal del hombre debe tener la forma de una salchicha de 4 centímetros de grosor y de 15 a 20 centímetros de longitud. Su color, pardo claro u oscuro, es determinado en esencia por su contenido de pigmentos biliares y en forma accesoria por ciertos alimentos (espinacas, cacao, arándanos, zanahorias, remolachas, etcétera). En el régimen lactovegetariano, el color es más claro; en el régimen carneo, más oscuro. La primera parte del excremento normal presenta abultamientos y el resto es liso; se encuentra revestido de escaso moco transparente. Su color es débil, determinado por la presencia de escatol e indol, sustancias químicas producidas por las bacterias a partir del aminoácido triptófano no asimilado. Un olor fuerte o acido es normal. En el hombre, tal como en el caballo, el perro, el gato, etcétera, las deposiciones normales, no ensucian el ano al realizar las evacuaciones. Jamás debería hacer falta emplear más de una hoja de papel higiénico para limpiarse, y este último tendría que quedar limpio, o, cuando mucho, recoger rastros de mucus.
Si la alimentación es mixta y la comida principal se torna al mediodía, la evacuación intestinal se hace al día siguiente por la mañana, después del desayuno. De tal manera, hacen falta de 18 a 20 horas para completar el recorrido del tubo digestivo. Solo se emplean de 4 a 5 horas para el tránsito a través del estomago y del intestino delgado, y el resto del tiempo para el trayecto del intestino grueso. Doce horas después de una ingestión de alimentos, los desechos que provienen de estos, comienzan a acumularse en la última parte del intestino grueso. La materia fecal evacuada por la mañana contiene los restos de las tres comidas del día precedente: la segunda parte de la deposición, de menor calibre y más blanda, contiene los residuos de la comida vespertina. Son raras las personas que tienen dos deposiciones normales por día, tal como son raros aquellos en quienes las deposiciones se mantienen normales y solo son evacuadas cada dos días.
Una deposición normal, se encuentra compuesta principalmente por los residuos de una descamación del epitelio intestinal, por una masa más o menos importante de bacterias y por sustancias de las cuales el organismo se libera por intermedio de la bilis, por el jugo pancreático y por la excreción a través de la mucosa intestinal. Contiene, además, diversas fibras vegetales indigeribles, como celulosa (polímeros de glucosa), hemicelulosa (polímeros de otros azúcares) y lignina, la cual es muy resistente a la acción de las bacterias. Es homogénea, exceptuadas algunas partes duras y no comestibles, tales como el hollejo de las uvas y las cascaras de las almendras, restos vegetales mal masticados, etcétera. Quienes están sujetos a un ayuno total prolongado continúan efectuado sus deposiciones. Los excrementos se vuelven, sencillamente, menos abundantes y ya no contienen otra cosa que elementos provenientes del propio organismo. Las deposiciones de la persona que se nutre de alimentos totalmente asimilables (carne, huevos, azúcar, almidón, harina blanca, pan blanco, aceites y grasas, etcétera), tienen la misma composición que las del individuo que ayuna. Solo aumenta la masa de las materias fecales. La celulosa y las otras fibras vegetales acrecientan el volumen de las deposiciones con su presencia y su capacidad de retener agua, pero también como consecuencia del aumento de la descamación intestinal y de la proliferación bacteriana que ocasionan. El peso de una deposición normal es de 100 a 250 gramos; llega a 370 gamos como término medio en los vegetarianos. Cuando existe una enfermedad del tubo digestivo, la masa de las deposiciones puede aumentar por hipersecreción o por hiperdescamación, así como en la diarrea aguda. También puede disminuir, y ello en forma considerable, a pesar de una alimentación rica en celulosa, cuando los aportes del hígado, del páncreas y de la mucosa intestinal se vuelven menos abundantes.
EL HORARIO DE LAS COMIDAS
Otro punto importante, es el horario de las comidas. Todos saben que “picotear” a cualquier hora del día y de la noche es malsano. Para que la digestión sea normal, es preciso que los órganos digestivos tengan reposo, a fin de poder preparar las enzimas que se secretarán en la próxima ingestión de alimentos. Pero hay más. La digestión exige un esfuerzo considerable (dos litros de jugos digestivos por comida), por lo tanto, no se realiza en forma correcta cuando el organismo se encuentra fatigado. Los pueblos del Norte de Europa, han comprendido que la digestión se cumple particularmente bien por la mañana, después del reposo nocturno, por lo tanto su desayuno es en ellos una comida opulenta. Entre los demás países de Europa y de América, por el contrario, el desayuno suele ser una comida a menudo muy poco abundante, y muchos se conforman con una taza de café acompañada de una pieza de pan, o a veces café solo, pues no tienen apetito por la mañana. Los occidentales comen normalmente, tarde, y en la víspera, han tenido un sueño agitado. Su apetito queda satisfecho. Y por la noche, debido al cansancio, su organismo se ha negado a secretar los jugos digestivos inmediatamente después de la comida, por lo que primero necesitan algunas horas de reposo. La digestión así postergada no es buena y trastorna el sueño. Este fenómeno se acentúa cada vez más, a medida que avanza la edad, y las personas que envejecen saben que la comida de la noche debe ser muy ligera o nula, porque de lo contrario se presentan alteraciones digestivas crónicas; que solo desaparecerán cuando la causa del trastorno, es decir, la comida demasiado tardía y demasiado copiosa, sea suprimida o reemplazada por un desayuno más abundante. El método más rápido para suprimir estas alteraciones consiste en hacer un enema de infusión de manzanilla, de uno o dos litros, por la noche, para eliminar la mayor cantidad posible de población microbiana, y luego, durante un día, alimentarse con exclusividad con bananas maduras o de otros frutos crudos y maduros, lo cual modifica y normaliza la flora intestinal. La recuperación del equilibrio por medio de un horario adecuado, se convierte entonces en algo más fácil.
EL CONTENIDO INTESTINAL, PARTE ESENCIAL DE NUESTRO MEDIO
Durante toda nuestra vida, debemos defender la integridad de nuestro organismo contra las influencias deletéreas del ambiente. Es fundamental comprender que el contenido de nuestro tubo digestivo forma también parte de ese ambiente, en su nivel somos más frágiles, estando menos protegidos. En efecto, en el intestino, la mucosa de revestimiento, cuya superficie desarrollada mide aproximadamente unos 43 metros cuadrados, está constituida por una sola capa celular de un espesor de 25 a 30 micrones (es decir, de 25 a 30 milésimas de milímetro). Por debajo de ese revestimiento, y en contacto intimo con él, se encuentran los capilares sanguíneos y linfáticos, cuya pared es más delgada aun, y cuya superficie desarrollada es igual, respectivamente, a unos 11 y 5 metros cuadrados. Por lo tanto, el contenido del intestino delgado sólo se encuentra separado de la sangre de los capilares por una membrana más fina que el papel de seda. En las alteraciones digestivas ocurre que los microorganismos que colonizan el intestino grueso, revestido a su vez por una capa celular única, ascienden al intestino delgado. La vida de estas bacterias está vinculada con la producción de gases y de sustancias toxicas. Cuando la delgada mucosa del intestino tiene una estructura normal, nos encontramos lo bastante protegidos contra la absorción eventual de microbios y de toxinas, pero cuando nos alimentamos mal, esa mucosa delicada se vuelve anormalmente permeable y deja pasar numerosas bacterias y toxinas.
El hígado, que recoge la sangre, y los ganglios linfáticos, en los cuales se vierte la linfa procedente del intestino, funcionan a manera de filtros. Si pueden detener y neutralizar los gérmenes y las toxinas, nada ocurre, pero si son absorbidos en forma crónica, aparecen enfermedades graves. La digestión se acompaña de una dilatación de los capilares, y por lo tanto, de un aumento de su permeabilidad. La migración de las bacterias y de las toxinas del intestino a la sangre aumenta en ese momento. Los veterinarios conocen bien ese fenómeno, que denominan “microbismo”, por oposición a infección o septicemia. Los animales domésticos hacen en general una vida mucho menos sana que los animales salvajes y presentan deficiencias análogas a las nuestras. Los veterinarios han aprendido que es preciso, en el momento de sacrificarlos, que los animales para consumo se encuentren en ayunas a fin de obtener una carne que se conserve bien. En plena digestión, el tejido muscular se coloniza de microbios intestinales y por lo tanto, la carne no se conserva en buenas condiciones para su consumo. En las personas con trastornos gastrointestinales como estreñimiento, alteraciones de la permeabilidad intestinal, de la digestión, de la absorción, disbiosis, etcétera, la mala digestión, la absorción de partículas mal digeridas, la proliferación de microorganismos patógenos, la autointoxicación, y la asimilación sustancias tóxicas es la causa principal de una degradación de la salud, acompañada de diversos malestares y de enfermedades.
BIBLIOGRAFÍA
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