viernes, 10 de enero de 2025

Fructosa y ácido úrico: un vínculo que afecta la salud metabólica

Fructosa y ácido úrico: un vínculo que afecta la salud metabólica


Por: Miguel Leopoldo Alvarado Saldaña 

En las últimas décadas, el consumo de fructosa, ya sea como fructosa refinada y concentrada o proveniente de jarabe de maíz alto en fructosa (presente en bebidas azucaradas, postres y alimentos procesados), ha aumentado de manera significativa.


Este cambio en los patrones alimenticios ha despertado el interés de la comunidad científica, ya que existe una relación directamente proporcional entre el consumo excesivo de fructosa y el incremento de varios marcadores de riesgo metabólico, entre ellos, el ácido úrico, el peso corporal, la acumulación de grasa, el índice de masa corporal (IMC) y el diámetro de cintura.

La relación entre fructosa y ácido úrico:

La fructosa se metaboliza en el hígado, donde una de las primeras reacciones bioquímicas es la fosforilación de la fructosa en fructosa-1-fosfato.

Este proceso consume grandes cantidades de trifosfato de adenosina (ATP), lo que genera un aumento de ácido úrico como subproducto.

El exceso de ácido úrico en la sangre, conocido como hiperuricemia, puede contribuir al aumento de peso y de grasa corporal, así como al desarrollo de gota, incremento de triglicéridos y colesterol, hipertensión arterial, hígado graso no alcohólico, artritis, enfermedad renal crónica y resistencia a la insulina, demencia enfermedad de Alzheimer, ciertos tipos de cancer y otros males metabólicos.

El aumento de ácido úrico inducido por la fructosa también puede desencadenar procesos inflamatorios y estrés oxidativo, los cuales agravan aún más los riesgos metabólicos asociados.

Impacto en el peso corporal y la acumulación de grasa:

El consumo de fructosa está asociado con un aumento del peso corporal y la acumulación de grasa, especialmente en la región abdominal.

A diferencia de la glucosa, que puede ser utilizada directamente como fuente de energía, la fructosa se convierte predominantemente en lípidos en el hígado, lo que favorece el desarrollo de hígado graso y adiposidad visceral.

Estos cambios no solo incrementan el diámetro de cintura, sino que también se asocian con un mayor riesgo de síndrome metabólico y enfermedades cardiovasculares.

Relación con el índice de masa corporal:

El consumo habitual de fructosa, particularmente en altas cantidades, contribuye al aumento del IMC.

Este indicador, que relaciona el peso con la estatura, refleja el impacto del consumo calórico desmedido que suele acompañar a los alimentos ricos en fructosa.

Las bebidas azucaradas, por ejemplo, no generan una sensación de saciedad adecuada, lo que lleva a un mayor consumo de calorías totales.

Implicaciones para la salud pública:

La evidencia científica sugiere que reducir el consumo de fructosa, especialmente de fuentes procesadas, podría ser una estrategia clave para prevenir y manejar problemas como la hiperuricemia, el sobrepeso y la obesidad, además de los trastornos crónico degenerativos anteriormente mencionados.

Optar por fuentes naturales de fructosa, como las frutas frescas, es una alternativa más saludable, ya que estas contienen fibra, agua y micronutrientes que mitigan los efectos negativos de la fructosa libre. Pero sin la fruta debe consumirse con mucha moderación o suprimirse en ciertos casos.

En conclusión, la relación entre el consumo excesivo de fructosa y el aumento del ácido úrico, el peso corporal, la grasa abdominal y otros indicadores metabólicos destaca la importancia de promover hábitos alimenticios más saludables.

Eliminar el consumo de alimentos y bebidas endulzados con azúcar, con jarabe de maíz alto en fructosa o con fructosa, puede marcar una gran diferencia en la prevención de enfermedades metabólicas y en la mejora de la calidad de vida.

Notas finales sobre el consumo de fructosa:

El azúcar, independientemente de su origen (caña, coco o remolacha) y de su forma (blanca, mascabado, piloncillo, o melaza), la miel de abeja, de maple o de agave, así como el jarabe de maíz alto en fructosa, contienen cantidades significativas de fructosa.

La sacarosa, comúnmente conocida como azúcar de mesa, está compuesta por un 50 % de glucosa y un 50 % de fructosa. Por su parte, el jarabe de maíz alto en fructosa contiene entre un 35 % y un 45 % de glucosa, y entre un 55 % y un 65 % de fructosa. La miel de abeja contiene aproximadamente un 38 % de glucosa y un 44 % de fructosa, mientras que la miel de agave es notablemente más rica en fructosa, con una composición aproximada de 20 % de glucosa y 80 % de fructosa.

La forma más concentrada de fructosa es la que se vende refinada y utilizada como edulcorante, alcanzando el 100 % de fructosa.

Es importante destacar que muchos productos comercializados como “alimentos saludables” o complementos nutricionales están endulzados con azúcar de caña o, en el peor de los casos, con fructosa pura, lo que los convierte en opciones altamente nocivas para la salud. Ejemplos de esto son ciertos yogures etiquetados como “naturales y saludables” y algunos productos de la marca Omnilife, entre otros.

Por lo tanto, este tipo de productos deben evitarse completamente, sin importar las afirmaciones de sus fabricantes sobre sus beneficios o supuesta inocuidad. Priorizar una alimentación basada en alimentos integrales y naturales es fundamental para preservar la salud y prevenir enfermedades relacionadas con el exceso de fructosa.

Por último es importante saber y considerar que todas las frutas contienen fructosa ya sea libre o como parte de la composición de el azúcar sacarosa.

Mientras más carnosa, madura y dulce esté una fruta, más fructosa tendrá.

Es por eso que además de evitar los “productos comestibles” industrializados, es conveniente limitar el consumo de frutas.


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Miguel Leopoldo Alvarado Saldaña

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